miércoles, 11 de marzo de 2009

El narrador que vivió su historia

Nació en Capital Federal en 1893, y con pocos años de vida mostró una habilidad poco común para narrar historias, las que ideaba en su pequeña cabeza mezclando aristas de la realidad y hechos fantásticos. Podría haber sido escritor, según sus maestras de grado. Pero años después, Raúl Riganti decidió que era mejor protagonizar historias que escribirlas, e inició el camino que lo llevaría a concretar hazañas muy especiales, únicas, irrepetibles por décadas.Riganti, “Polenta” para los amigos, empezó corriendo en motociclismo en 1912 y se desempeñó 8 años en el deporte de las dos ruedas, volcándose al automovilismo en el primer año de la década del 20. Su particularidad era ser un velocista nato sobre cualquier medio mecánico, pero quienes lo trataban luego de un tiempo destacaban otro ítem de su personalidad: La habilidad para entretener a quien se arrimara en los finales de etapa o en los días de descanso, relatando historias que mezclaban entre sus ingredientes mitos, verdades y leyendas de dudosa credibilidad, logrando atrapar la atención de colegas, mecánicos, organizadores y curiosos.
En 1923, con el automovilismo local en plena formación merced a diferentes metamorfosis, Riganti y “Macoco” Alzaga Unzue, otro de los volantes respetados de la época, fueron a probar suerte en Indianápolis, siendo los primeros argentinos en tomar parte de la ya por entonces clásica prueba. El auto elegido fue una Bugatti dos litros, con el número 29, desertando la dupla por inconvenientes mecánicos. Todo un precedente, que a la vuelta de su viaje lo llevó a hablar con varios clubes organizadores, buscando darle vida a uno de sus tantos sueños: tener un circuito oval en el país. Así, en 1926 las “500 Millas de Rafaela”, pergeñadas por el Club Atlético Rafaela de Santa Fe, por entonces un pequeño club de fútbol regional, se esgrimieron como el gran evento del automovilismo de pista, en tanto ya se recorría las carreteras del país buscando coronar al mejor de ese estilo. Riganti fue el primer ganador de las “500” de la ciudad santafesina, sobre un Hudson y a 126,935 km/h para cumplir con la prueba en algo más de 6 horas. ¿Similitudes con el actual trazado? Ninguna, más allá de su “estilo Indy”: La pista tenía 38 kilómetros de extensión, y según las propias palabras de Riganti, era un circuito “muy bravo”. La concreción de las “500” locales (que se corrían con copiloto), incentivó a Riganti a retornar a Estados Unidos, algo que hizo en 1933 compartiendo máquina con Antonio Gaudino, y en 1940, la temporada de su retiro de las pistas. La primera experiencia de las mencionadas fue la mejor, llevándose los argentinos el 14º lugar final sobre un Chrysler. En la última, un accidente sobre el Maserati que tripulaba obligó a una pronta deserción.
A la vez de ese par de intentos, el piloto se lució en el ’29 ganando el GP Nacional (Bs As, Córdoba y Morón) sobre un Hudson, marca de la que fue empleado para competir por mucho tiempo; y también ganó el GP Internacional de 1935, en el que sobre un Terraplene batió el récord para el cruce de la Cordillera de los Andes. Un año después, 1936, repitió halago en el GP Internacional con la particularidad de no ganar ninguna de las 9 etapas que lo componía.Junto a Gaudino y Ernesto Blanco (escolta en aquella primera edición de las 500 Millas), Riganti conformaba el trío que la prensa especializada bautizó como “Los Tres Mosqueteros”, por ser sin dudas los parámetros de aquellos años en la carrera que fuese y sobre cualquier vehículo. Riganti, junto a otros soñadores, le dió vida a una carrera que se convertiría en un clásico del automovilismo nacional; sentando también el primer antecedente en lo que a representación argentina en el exterior se refiere. Armando Romitelli, Emilio Karstulovick (tercero a más de 3 horas del ganador), Florencio Fernández, Tomás Roatta, Fernando Bini (terminó contra un poste telefónico luego de despistarse), Ernesto Blanco, Ernesto Zanardi, Jorge Perín, Scarafia, Humberto Dágostini, Piovano y Riganti fueron los 12 “apóstoles de la velocidad” en Rafaela. Así lo contó el héroe en 1967, cuando su campaña deportiva ya se había terminado hacía rato y, prontamente, se apagaría su vida: “Ir a Rafaela era ir de vacaciones. ¡Sí que nos divertíamos! Llegábamos 15 días antes y "pura jarana". ¡Los bailes que se hacían! ¡Qué época m´hijo! La Muchachada de Rafaela era bárbara. Nos trataban un kilo. Todos los días era una fiesta...La carrera nació con una idea de esos muchachos que formaban el Club Atlético Rafaela. Era un pequeño club de fútbol, de esos que hay en los pueblos del interior, y con la carrera se jugaba a todo o nada; se fundía para siempre o levantaba cabeza. Rafaela era un pequeño pueblo que fue creciendo con el automovilismo.En aquellos tiempos yo corría para Hudson. Era un empleado a sueldo y cobraba los premios. Siempre fui un profesional del automovilismo. Cuando juntaba mucha plata me iba a Europa y la tiraba... Los amigos me criticaban, me decían que la malgastaba. Pero yo pensaba que en cualquier momento me daba la piña y chau... ¡Si entre la moto y el auto me rompí 17 huesos! Y pensar que los que me decían que derrochaba la plata, ahora me dicen: ¡vos sí que viviste la vida! Estuve 11 veces en Europa y no sé cuántas en Estados Unidos.En septiembre fuimos a Rafaela. Un telegrama publicado en los grandes rotativos del miércoles anterior a la carrera sacó a un 30% de los corredores. Por eso solamente participamos 12 competidores. Yo corría con Luis Viglione de acompañante; largaba con el número 10. Después de 6 horas y 20 minutos resulté ser el triunfador. Hice un carrerón. ¡Ni un solo problema! El promedio fue de 126 km/h, pero mi Hudson orillaba los 200 km/h de máxima. El circuito tenía 38 km. y si bien había sido mejorado, era bastante bravo.Por aquellos tiempos se corría y era cuestión de amor propio. No es como estos cajetillas de ahora. Cuántas veces me he quedado a dormir en medio del campo porque no venía nadie a auxiliarme...” Fallecio el 1º de Octubre del 70, a los 77 años, sin ser totalmente consciente de toda su grandeza. Como los grandes de verdad.

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