Venció en visitas de riesgo, como Rafaela 87 y Potrero de los Funes del mismo año. Fue el mejor Chevy en el 88, pero el accidente de Edgardo Caparrós en Necochea terminó con una serie de pruebas en autódromos que fortalecieron el andar de Oscar Castellano, campeón a la postre hilvanando su segunda conquista con Dodge. Penó con el reglamento “pro-Ford” en el 89, arañó el objetivo en el 90, pero la suerte parecía serle esquiva sobre la cupé GM. En 1992 era nuevamente candidato a la corona. Había obtenido un triunfazo con su sello aguerrido en Buenos Aires, lo que fortaleció su postura. La cita, anteúltima del ejercicio, era en Lobos. Debía descontarle puntos a Juan Manuel Landa y Oscar Aventín para llegar a la última fecha con chances. Roberto venía primero, el Chevy literalmente volaba, José María Romero lo seguía y apuraba. 12.35 hs, ruta 205, vuelta 10. Un tensor dijeron algunos, un neumático otros, exceso de bloqueo también se escuchó. El Chevy número 9 se descontroló, impactando de lleno contra un talud. El “Toro”, el gladiador, el que jamás se rendía, perdía la vida. Se fue ganando, con una marca de 50 victorias que difícilmente sea superada en esta era de reglamentos cambiantes y penalizaciones.
El TC debió, forzosamente, cerrar una era. La era de Roberto Mouras. Solo los muy grandes generan y marca épocas, y todos ellos son resistentes al olvido. Y, de vez en cuando, al recordarlos, se toma real dimensión de lo que hicieron y cuánto se los extraña.
Roberto José Mouras y Amadeo González (copiloto), siempre en nuestros corazones.

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