Carlos Alberto Reutemann no fue campeón del mundo. Ese fue su error más grave, según los “opinólogos” de turno, clásicos “contra”, envidiosos natos, fracasados que sólo ven el éxito como único objetivo viable y demás personajes de ese linaje. Con esa visión tan limitada, seguramente es difícil ver el brillo de la campaña del santafesino, con logros que aún pilotos campeones no alcanzaron. Reutemann corrió en los principales equipos de su época. Fue un etester brillante, codiciado por cualquier team-manager. Ganó 12 Grandes Premios en una época en la que había no menos de 6-7 candidatos por carrera con chances de vencer. Se hizo acreedor a un respeto y admiración que, más de 25 años después de su retiro, se mantienen vigentes en el mundillo de la máxima categoría, un ambiente donde es complicado no terminar siendo sólo un número. Reutemann fue un verdadero campeón sin corona. Un número 1 al que las estadísticas no consagraron como tal. Pero se consagró en valores, algo que no decreta vencedores en ningún deporte pero suele derivar en un reconocimiento al que pocos acceden, y resultó un embajador de lujo, quizá el último, que tuvo Argentina. Y, además, para quienes sostienen que lo del “Lole” solo es caballerosidad, una tarde en Brasil se encargó de demostrar que no le faltaba nada de lo que se dice habitualmente que hay que tener para correr en autos
El campeonato 1981 de la F1 no había comenzado de la mejor forma para el por entonces piloto de Williams, tal vez presagiando como sería el final del mismo. En Sudáfrica, triunfazo pero sin valor para el campeonato por la disputa de la categoría y varios equipos. En Long Beach, segunda del calendario pero primera efectiva, hizo la punta hasta que algunos rezagados, entre ellos Marc Surer, complicaron su accionar. Alan Jones, su coequiper y campeón vigente, aprovechó la situación mencionada y lo pasó en pista, algo que estaba estipulado que no podía suceder. No debían pasarse, a menos que mediara un despiste o rotura mecánica. Empero, nadie le indicó al australiano que cediera su lugar. Brasil, tercer acto. Lluvia intensa, condición para los que saben de verdad. Líder absoluto de la prueba, mediando la misma apareció en el muro de boxes el cartel con la orden de dejar paso a Jones. Reutemann la obvió, aduciendo problemas de visibilidad y dejando en claro que la revancha por lo sucedido en Estados Unidos estaba presta a concretarse. Primer victoria del año, y un camino al título que no tuvo final feliz, lógicamente por la “factura” que le pasaron a Reutemann de aquella desobediencia. Más allá de todo lo que vivió el argentino ese año, incluído el traumático desenlace en Las Vegas, donde con un auto pensado para que se autodestruya con el correr de los giros cedió el título a manos de Nelson Piquet, fue el mejor piloto del ejercicio. El que no atendió la orden para mostrar que el también podía incumplir elk contrato. El que quitó los alerones delanteros para clasificar en Alemania, y logró la pole poniendo en riesgo mucho más que una posición de salida. El que podría haber llegado más tranquilo a la definición de Las Vegas, pero debió soportar la torpeza de Jacques Laffite en España, cuando lo chocó y le hizo perder valiosísimas unidades. El que, según los exitistas, debió arremeter contra Piquet cuando este lo superó y signó el campeonato, pero no lo hizo. ¿Segundo? No, en Brasil Reutemann fue primero. Y ese fue el fiel reflejo de toda su campaña en F1. Esa tarde, esa carrera, esa demostración. Muchas veces, el número 1 se lleva pintado en el alma, aunque en los pontones figure otro dígito, y no solo tiene que ver con resultados y estadísticas.
lunes, 6 de abril de 2009
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