Sobre mediados de la década del ’80 el Turismo Carretera disfrutaba de su buena comunión con las rutas del país, escenario donde se desarrollaba el mayor número de carreras anuales de una categoría en la que, técnicamente, eran años “a todo motor”. La búsqueda de potencia con el fin de “devorar” kilómetros en las interminables rectas de los semipermanentes era común denominador de todos los preparadores de la época, quienes a base de limar fierros generaban performances que, literalmente, asustaban. Ergo, esta mejora casi constante en los impulsores (que no era acompañada por desarrollos en chasis ni suspensiones), obligó en reiteradas ocasiones a modificar el reglamento técnico en pos de aplacar promedios y velocidades punta. La muerte de Octavio Suárez en Tandil ’84 caló hondo en la familia teceísta, por lo que no se tardó en “meter mano” en pos de reducir velocidades y riesgos. Así, en 1985 se terminaron los “periscopios” en carburadores, a la vez que se dejaban de lado algunos trazados y se modificaban otros. No obstante esto, en San Miguel del Monte ’85 perdieron la vida Jorge Cosma y su copiloto Brizuela, en un hecho que tuvo mucho más que ver con la tragedia que con la velocidad pero que contribuyó a tomar una nueva medida, drástica: por segundo año consecutivo, no habría Gran Premio de Turismo Carretera, un clásico que se mantenía vigente a través de una sola realización anual, destinada a cerrar los torneos y proclamar al campeón. En 1983, Roberto Mouras se había impuesto en La Pampa a más de 222 km/h de promedio para consagrarse “rey” de la categoría por primera vez, y ante la segunda suspensión de la epopeya parecía que ese GP estaba destinado a ser el último de la historia, el que cerraría una etapa gloriosa por los caminos argentinos. A nadie se le ocurría ni remotamente la idea de abandonar la ruta, pero quedaba evidenciado que la “era GP” estaba llegando a su fin. Una transición difícil, como en definitiva fueron y serían todas las de la categoría más popular del país, pero que en definitiva tuvo la despedida que merecía.
En 1986, la tragedia golpeó de nuevo, esta vez en el “19 de Noviembre” de La Plata. El Dodge descontrolado de Miguel Atauri terminó contra una rotonda llena de gente en la que atropelló e hirió a varias personas, algunas de ellas mortalmente. Entre quienes presenciaban la final de TC desde ahí estaba Salvador Carmona, titular de los Talleres Carmona de Chivilcoy y pilar fundamental en la campaña de Emilio Satriano, quien luego de salvarse de milagro tuvo un shock nervioso en el que repetía una y otra vez “nací de nuevo”. Todo hacía pensar que, ante el nuevo hecho luctuoso, nuevamente se repetiría la no inclusión del Gran Premio como cierre del ejercicio. Empero, se decidió volver a los caminos pampeanos para clausurar esa temporada y, a la vez, la era de los GP. Una apuesta de riesgo, con autos que eran cada vez más veloces ya la tragedia rondando, pero necesaria para que la especialidad de vuelta de la mejor manera una página gloriosa. Así, como en tantas otras veces el TC se encomendó a fuerzas divinas y se dirigió a La Pampa para cerrar el 86 con un Gran Premio. Ahora sí, el último.
Merced a la gran cantidad de puntos en juego, el torneo ganó en interés y varios pilotos llegaron a la instancia final con posibilidades de ser campeón, lo que aumentó considerablemente la expectativa en torno al Gran Premio. La primera etapa se desarrolló en un cuadrilátero de asfalto, al que debía recorrerse en tres oportunidades para sumar 554 kilómetros. El velocísimo Chevy de Satriano empezó ganando la etapa, con el recuerdo vigente del relato del “Mono” Gagliardi desde el avión de Carburando, comentando que se le hacía difícil seguir al “Misil de Chivilcoy”, pero una varilla de válvulas cedió y dejó al auto número 2 al costado de la ruta tempranamente. El Chevy de Roberto Mouras, alistado por Wilke y Pedersoli, cedía con una vibración insostenible en el cigüeñal; Oscar Aventín reventaba una goma a más de 270 km/h en una recta y se salvaba raspando; y el “Chueco” José María Romero volcaba espectacularmente y se incenciada en medio del campo, afortunadamente sin consecuencias…El miedo era gran protagonista del GP, con autos que habían rozado los 280 km/h en caminos precarios y que a esa velocidad se hacían demasiado angostos…Juan Antonio De Benedictis se llevó el primer “chico” con su verde Dodge, a 251,709 km/h de promedio. La segunda etapa era un “viaje” de Santa Rosa a General Pico, pasando por Bernasconi, Guatrache, Macachín, Catriló y Quemú Quemú. Los motores seguían pagando caro el esfuerzo, y fue De Benedictis quien también resignó sus chances de victoria y campeonato, dejándole la “posta” a Oscar Angeletti, una figura creciente que ya había vencido en dos ocasiones en la temporada y también aspiraba al “1”. La disputa por la corona se redujo a Angeletti y Oscar Castellano, ambos con Dodge. El de Lobería empezó a acelerar paradescontarle al de Burzaco, quien no se apartaba de su plan de circular a 7200 rpm. Al paso por Ojeda, un paso a nivel no previsto hizo estragos en el auto de Angeletti, quien allí rompió tren delantero y cárter, debiendo desertar la exigencia al instante. Pocos minutos después, “Pincho” quedaba fuera con el motor fundido. Angeletti era virtual campeón de TC, pero aún restaba mucho para definirse eso y quien ganaría el último Gran Premio. ¿La etapa? Quedó para Juan Carlos Nesprías, de Cañuelas y con un muy veloz Dodge, marca que parecía favorita para llevarse la victoria con cualquiera de sus representantes. El promedio seguía subiendo: 252,224.
La última etapa era en otro rectángulo asfaltado, en General Pico. Quienes arrancaron en punta fueron cediendo ante el buen andar de Osvaldo Morresi, por aquel tiempo coequiper de Emilio Satriano, quien se posicionó adelante y parecía marchar con firmeza rumbo al triunfo. Además, la victoria le significaba ser subcampeón, su mejor puesto en un certamen. Pero…no era la carrera del “Pato”: paradójicamente otra ave, un chimango, se metió en la toma dinámica del carburador, haciendo mucho daño en este vital elemento. A pesar de tener una rejilla “anti-pájaro”, el plumífero golpeó, rompió la misma, y se desmenuzó dentro de un motor que fallaba y luego parecía retomar el ritmo, pero en definitiva sucumbió dejando el triunfo a Pedro Doumic, con un Dodge que motorizaba Juan Carlos Laboritto. Meritorio más allá de todos los abandonos delante suyo, por cumplir con el recorrido y arriesgar, como todos sus colegas, la vida en una carrera que milagrosamente no tuvo accidentes fatales. El promedio general del GP fue de 248,77 km/h, quedando en la historia como la marca más veloz de la categoría en la historia, dejando atrás la marca de Atauri en Venado Tuerto 80. Fue el último GP, el que consagró un nuevo ganador y consagró a un sorprendente campeón. El TC daba vuelta una página gloriosa, y poco más de un año más tarde, en Necochea 88, una nueva tragedia encaminó al TC a la más difícil de sus transiciones: la salida de las rutas.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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