miércoles, 11 de marzo de 2009

Nace una pasión, nace un ídolo

1937. Buenos Aires va adquiriendo los íconos que con el tiempo serían sus tarjetas de presentación en el mundo. El obelisco, recientemente inaugurado, monumento casi ilógico del arquitecto Alberto Prebisch resistido al principio y adulado con el paso del tiempo. La calle Corrientes, que a través de su ampliación pasó a ser la clásica avenida elegida por sus luces y glamour para que bohemios y célebres para, en sus cafés o reductos, sacar a relucir sus joyas o plasmar en una servilleta versos con destino de eternidad según sea el caso. El tango llora a Carlos Gardel desaparecido luego de una tragedia aérea en el ’35, pero encuentra un sucesor de lujo en Aníbal Troilo, de inolvidables veladas en el cabaret Marabú. Se crea la confederación general del trabajo (CGT) que a la postre lograra un protagonismo inusitado en la política del país. El subterráneo comienza a unir Constitución con Retiro, se presenta el monumento al Cid
Campeador y nace la Avenida Juan B. Justo, todo dentro del contexto del gobierno del radical Ortíz, quien fiel a lo que sería la historia de su partido dejó el cargo anticipadamente.
El automovilismo de aquellos años también estaba en su era evolutiva, con los lógicos pros y contras que ellos mismos generaban. La temporada ’37 fue testigo de los nuevos modelos de Ford y Chevrolet, con líneas más estilizadas e incremento en la potencia de los motores, algo esto ultimo que no contribuía a calmar los ánimos luego de los varios accidentes ocurridos en las carreras, como el de Ernesto Blanco en la Rosario-Resistencia-Rosario cuando embistió y mató a trece espectadores. Este ultimo incidente derivó en la prohibición de correr en rutas, por lo que las nuevas performances no tenían dónde pudiesen ser desarrolladas. Sin embargo, merced a algunos cambios en el reglamento particular de las pruebas mas la presión ejercida por gente influyente de la época, los autos volvieron a los caminos para la disputa del gran premio argentino. El mismo comenzó el 5 de agosto, finalizando el 15 del mismo mes luego de recorrer Santa Fé, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Santiago del Estero, Jujuy, Tucumán, Mendoza, La Pampa y la agiornada Buenos Aires.
La carrera fue para Angel Lo Valvo con Ford, y las nuevas reglas (prueba reservada para automóviles de cualquier tipo y cilindrada, salvo los baquet grand sport y de carrera, la marca del motor debía corresponder con la del vehículo, carrocerías tipo turismo o paseo, denominación raid de larga distancia sustituyendo así la palabra carrera, velocidad no mayor a 120km/h, no exigir el cierre del tránsito común y puntaje para ganadores de general y etapa) orientaron estas competencias hacia el que sería su destino final y por varios años: el tuismo de carretera. Sólo analizando los elementos mencionados se desprende que se estaba ante el nacimiento del fenómeno automovilístico más importante del continente, destinado a escribir innumerables páginas de gloria. Las marcas, clásicas rivales desde entonces, la modalidad de las competencias, el fervor popular creciente, el nuevo modo de puntuación, y un nombre: uno más entre los 61 audaces que tomaron parte del gran premio. Sólo ese día fue uno mas. Su apellido estaba destinado a ser tan grande como la categoría misma, en el que quizás es el unico caso en el que un nombre está a la altura de la categoría. Oscar Alfredo Galvez. Ford con el número 58 en sus puertas acompañado por Horacio Mariscal. El debutante sorprende punteando holgadamente en el inicio de la exigencia. No termina entre los tres primeros, pero es dueño de todos los elogios. Puede decirse que el TC y su piloto más emblemático nacieron el mismo día.
La continuidad cronológica de la categoría más popular de nuestro automovilismo marca que tanto en 1937 como en el 1938 se siguió dando forma a lo que en el ’39 se oficializó como campeonato argentino de carretera, que junto a los títulos de velocidad y pista conformaban las máximas aspiraciones de los volantes de esa época. El tiempo fue testigo de la importancia que ganó el certámen de carretera sobre sus pares, en función de nombres, marcas e interés social. Pero no puede dudarse que aquel GP del ’37 dió el puntapié inicial de la transformación, abriendo caminos que se pensaban inexistentes, contribuyendo al desarrollo vial y por ende a la comunicación, uniendo un país que todavía giraba en torno a su capital y que tuvo en el TC a un buen nexo entre sus ciudades y habitantes. Por el lado del aguilucho, su vida fue el TC. Cinco títulos, 43 victorias y miles de anécdotas, fueron el balance harto positivo de ese muchacho que comandó la carrera en su debut mostrando su condición de elegido. Otro gran ídolo de las masas que junto a Juan Manuel Fangio le dieron nivel e importancia en el mundo al automovilismo argentino.
La reina del plata siguió creciendo. Tuvo épocas de gloria que hoy están años luz. Mantiene esos estandartes que la embellecieron y asombraron a sus habitante hace ya más de 70 años, y sumó algunos más. Pero poca admiración despierta hoy el obelisco. La avenida Juan B. Justo se inunda y trae problemas. Poco glamour le queda ya a la avenida Corrientes. En pocos lugares se escucha de vez en cuando un bandoneón tocado con sentimiento. Pero las hazañas de Oscar las recuerda todo el mundo, con la misma o más admiración que cuando las gestó. Y el TC supera los 70 años de vida, de figuras, de carreras, de rica historia. Sigue despertando amores y odios, pasiones desenfrenadas, alegrías y tristezas, como cualquier sentimiento que es puro en sí mismo. El TC sobrevivió a las épocas, a las personas y hasta a las tragedias. Y en aquel floreciente 1937 sin saberlo dió el primer paso y hoy sigue caminando a paso firme. Sería largo y difícil de explicar. Hay cosas que no entienden de razones, y esas son las cosas que ván más allá de las épocas y de las modas. Son las cosas que se alojan en el corazón para siempre.

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