miércoles, 11 de marzo de 2009

Luisito

1943. En medio de un mundo convulsionado por la sangrienta Segunda Guerra Mundial, en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires hay un hombre, policía el, que aporta una cuota de alegría desde su trabajo. Se llama Américo Rubén, y es patrullero en motocicleta de la fuerza. Más allá de mantener el orden en los caminos, deleita a los lugareños con sus acrobacias sobre la moto, la misma que usa para recorrer la ciudad. Fue el creador del llamado “racimo humano”, consistente en siete policías parados en pirámide sobre el cuerpo de Américo, mientras este conduce la moto a 120 kilómetros por hora...Su lugar de parada, la parrilla “El patrullero”, propiedad de su hermano, donde departe con sus amigos Oscar Lois, Coco Avejer, Aníbal Cuevas y Tito Avalos, entre otros, acerca de las proezas en dos ruedas, como asi también de la actualidad del Turismo Carretera, pasión en alza de la época.
Pasaron diez años. La década del 50 da sus primeros pasos. Américo ya no deslumbra sobre su moto, sino que brega porque el mayor de sus hijos, Luisito, se destaque en sus primeros pasos deportivos. Y vaya que lo logra: el pequeño de 10 años debuta en una carrera de bicicletas en la ruta Arrecifes-San Pedro, logrando el triunfo luego de 16 kilómetros de prueba. Hasta los 14 años, Luis Rubén se cansó de ganar carreras con su bici. Tenía garra, era luchador, nunca se rendía...La sangre y los genes, ese milagro de la naturaleza, había surtido efecto en el primogénito del ex acróbata. El niño tenía “pasta” pero también había heredado esa pasión por buscar más y por desafiar límites que su padre sabía tener. Era hora de un nuevo desafío, y las motos esperaban al joven para seguir brillando
En el circuito de Arrecifes, Luis debutó en el motociclismo. En la tercera participación conoció la victoria, la que repitió en reiteradas ocasiones hasta que, siguiendo a su corazón e inducido por el destino, recaló en el karting para iniciar su romance con las 4 ruedas. Sin saberlo, comenzaba la que sería la relación mas fructífera y exitosa de su vida. Su primera experiencia fue en San Nicolás, con segundo puesto final. Auspicioso. Después, la seguidilla: Arrecifes, Ramallo y Zárate, tres halagos en una semana. Imbatible. Sorprendente. Siempre iba por más y por eso la aviación fue el siguiente paso, de la mano del instructor Hernán Bravo. Con 17 años el joven ya era piloto privado, y a los pocos meses recibía su primera suspensión de tres meses por sus vuelos rasantes en la ciudad. Antes que eso, la primea hazaña. Previo a aterrizar, el motor del aeroplano se “plantó”, por lo que debió idear una solución de emergencia, y la misma fue bajar en un sembradío de maiz, para amortiguar el impacto...Tambien era noticia en los periódicos de su ciudad: el 18 de enero de 1963, este titulo: "Otro choque afortunado". "El viernes por la noche, de la semana pasada, en la intersección de Irlanda y Presidente Roca, el menor Luis Di Palma, que por la calle Irlanda conducía un Bergantín, embistió a un camión de Vialidad. Afortunadamente no hubo víctimas que lamentar, solamente los grandes daños del coche Bergantín. La policía de acuerdo con el código de Transito, Ley 5800, aplico una multa al joven Di Palma de tres mil pesos". En el mismo diario, una casa de venta de artículos del hogar, ofrecía cocinas a gas en cuotas mensuales de $585, y heladeras a $1400 mensuales.
Al mismo tiempo, era auxilio de Carlos Pairetti en el TC. El piloto, que ya era un consagrado, corría para la peña “El Gato Negro”. El sueño estaba cerca de concretarse. A Luisito solo le faltaba estar en TC, con los grandes. Todo o demás ya le quedaba chico.
Con 19 años, en 1963, la utopía se hizo realidad, no sin un esfuerzo enorme: Luis desembarcó en TC en el Gran Premio Argentino, volcando en la primera etapa. Su copiloto fue Roberto Aguirre, llamado el “domador de fieras” por haber ayudado a varios pilotos “top” de la época en sus primeras experiencias. Posteriormente, en Villa Carlos Paz, desertó por problemas en el motor del Ford de “Pichón” Castellani. Ante la sobrada muestra de condiciones, Gato Negro concretó la compra de un excelente Chevrolet, utilizado por el crédito de Carlos Casares, Antonio Márquez. El auto costó 1.050.000 pesos, una cifra elevadísima que se solventó de la siguiente manera: La firma Gomatro aportó 400.000, Oscar Lois, presidente de la peña, cedió su Peugeot particular para venderlo y reunir parte del dinero, y la Caja de Crédito de Arrecifes otorgó un préstamo a pagar 10000 pesos por mes. Pairetti, quien ya tenía sus propios auspicios, en un gesto inmenso decidió que la peña apoye solo al novato. Cada carrera de TC costaba unos 70.000 pesos, oneroso número para la época, con la diferencia que se podía soñar. Y cumplir los sueños. El primer triunfo llegó en su querido Arrecifes natal, esa ciudad que ya lo habia visto vencer en bicicletas, motos, karting y surcando el cielo sobre su avión. Con el número 34 en el Chevrolet, Luisito hizo delirar a todos aquellos que, como el, soñaban con verlo ganar en la más popular de las categorías para que Arrecifes empezara a aparecer en el mapa deportivo automovilístico de un país que respiraba TC. Aunque, claro está, ese triunfo significaría eso y mucho más. Porque Luisito pasó a ser Luis Di Palma, un nombre que desde aquel 1963 hasta hoy en día y seguramente hasta la eternidad será sinónimo de automovilismo. Perdón: será automovilismo. Más que sinónimos, Di Palma y este deporte son y serán siempre la misma cosa.

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