El 3 de Enero de 1969, en un pequeño poblado alemán de nombre Kerpen, la familia Schumacher sumó un nuevo integrante, Michael, primer hijo de Rolf y Elisabeth. Y si bien su padre, trabajador de clase media, seguramente ni en su más encumbrado sueño imaginaba que el pequeño Mike se transformaría en lo que es hoy día, puso la primera y fundamental piedra para desde ahí edificar la campaña del máximo campeón y dueño total de la estadística de la Fórmula 1. A los 4 años de edad, Michael ya era habitué de los kartódromos de su ciudad, demostrando una absoluta pasión que, incentivada por sus padres, crecía día a día. Las pistas y los karts fueron durante muchos años “hábitat” natural y común denominador de quien se convirtió, a paso firme, en la gran esperanza alemana de tener un “Rey” en la máxima categoría de automovilismo. Así, con 16 años, en 1985 Michael fue gran animador del mundial Junior de karting, y en el ’87 se consagró campeón europeo, alemán y del mundo. Toda Alemania hablaba del fenómeno, esperando ansiosamente el crecimiento y evolución que lo depositaran dentro de la F1, donde ningún germano era parte de la grilla desde hacía mucho tiempo...
El secreto del joven radicaba en su estilo, totalmente distinto al del resto. En esto mucho tenía que ver Willy Bergmeister, ex piloto y ahora mecánico de la nueva estrella, quien pasaba mucho tiempo con el piloto volcándole toda su experiencia e interiorizándolo sobre el funcionamiento de los karts, cosas que terminaron generando una comunión casi perfecta entre hombre y máquina, una constante en la campaña del teutón. Luego de varias actuaciones brillantes en karting, la chance en monopostos no tardó en llegar: en 1988, la Fórmula Konig lo sumó a sus filas para coronarlo campeón por demolición, venciendo en 9 de las diez carreras del ejercicio...Posteriormente, los subcampeonatos en Fórmula Ford Alemana (se coronó Mika Salo), y F3 de su país (tras Karl Wendlinger), más buenas actuaciones en Sport Prototipo compartiendo un Mercedes Benz con el mismo Wendlinger, con su compatriota Heinz Harald Frentzen (la otra gran aparición de la época) y el veterano Jochen Mass (último valuarte alemán en F1 y de quien Schumacher dijo haber aprendido muchas cosas) derivaron en el ingreso de Schumi en la “Máxima”. Un debut que, más allá del talento del “rookie”, albergaba varias dudas, fundadas justamente en la competencia con Frentzen, apuntado por la prensa y los especialistas como el indicado para revalidar la última corona de los teutones, que databa de 1975 y de la mano de Mass, el que apostaba por Schumacher. Prontamente, las dudas se disiparon: En Spa-Francorchamps, circuito complicado si los hay dentro del calendario de la F1, Michael Schumacher comenzó a escribir su historia en la categoría, y a lo grande. Sobre el Jordan B 191, auto que había ingresado a la categoría a principios de temporada de la mano de Bertrand Gachot y Andrea De Cesaris, Schumacher clasificó 7º, mezclándose entre los top teams y los pilotos que hasta no hace mucho admiraba por TV. El estilo del piloto, el que no le terminaba de cerrar a la prensa pero si a Mass, era el ideal para la especialidad. Y, a partir del resonante debut, en el que se depositaron las esperanzas germanas de volver a festejar un título del mundo.
La primera carrera de Schumacher duró poco, ya que el embrague del motor Cosworth sucumbió cerca de la largada. Empero, significó mucho para el “circo”: Flavio Briatore, titular de Benetton, se aseguró los servicios del novato para 1992. Sobre el B 192, la campaña comenzó con un buen 5º puesto, y el primer triunfo no tardó en llegar, lográndolo justamente en la pista de su asombroso debut, Spa. Luego de un 92 de experiencia y un 93 de confirmación absoluta, en 1994 llegó la primera corona, devolviendo a su nación al plano mayor del automovilismo mundial. Además, Schumacher se dió el gran gusto de batir al propio Ayrton Senna en los GP’s de Brasil y el Pacífico, antes del fatal accidente del brasileño en Imola. La relación entre ambos no era buena, ya que un año antes, en ocasión de los ensayos previos al GP Alemán, algún roce en pista derivó en una acalorada discusión y posterior pelea entre ambos en boxes. Parecía que el 94 era el año de un gran duelo, pero Ayrton partió y dejó el camino allanado a la nueva figura, que sin embargo debió batallar duro para ganarle la corona a Damon Hill, piloto de Williams y al que Schumacher eliminó, literalmente, de la definición con un toque en Adelaida, Australia. Una actitud ésta que se convirtió en marca registrada del piloto que a la postre sería el más ganador de la F1...En 1995, un nuevo “trámite” le posibilitó repetir el campeonato, que incluyó participación en Argentina sobre el B195 de Benetton. Todas eran rosas en la vida de Schumacher, y la “frutilla del postre” llegó a fines del 95: Ferrari se aseguró los servicios del bicampeón para ser quien le devolviera la gloria que no disfrutaba la “Scudería” desde el lejano 1979, cuando Jody Schekter generó sobre el modelo T4 el último titulo. Schumi se llevó desde Benetton a Ross Brown, mientras que también llegó a Maranello el francés Jean Todt, de reconocida experiencia en Rally y en SP. El equipo, remozado, tenía todo para retomar la senda gloriosa. Sin embargo, el camino al éxito fue largo y tortuoso: en el 96 se consagró Williams con Hill, en el 97 el campeón fue Jacques Villeneuve y a Schumi le descontaron todos los puntos logrados por una acción antideportiva en la última fecha, en Jerez, contra el canadiense; y en 1998 y 99 Mclaren volvió a ser el equipo temible de fines de los 80 y le dió un arma de primer nivel al finés Mika Hakkinen para que éste logre un impecable doblete, y para colmo Schumacher sufrió, en Silverstone 99, el accidente más grave de su carrera, que lo alejó de la pista y lo marginó del campeonato.
Cuatro años de espera parecía mucho para Schumacher y Ferrari. Sin embargo, con lo que sucedió desde el 2000 y hasta el 2005, todo lo amargo quedó atrás. Ese lapso fue el más exitoso de la escuadra italiana, con una seguidilla de halagos histórica y hasta podria decirse irrepetible. Puede decirse que las piezas finalmente encajaron. Hasta se mencionó una “maldición” de la familia de un ex empleado de Maranello echado injustamente. Pero algo es seguro: si algo le faltaba a Schumacher para volverse un monstruo absoluto, era aprender a perder, y eso le sucedió en sus primeros cuatro años en la “Rossa”. Con su talento natural, más la fortaleza adquirida y el hambre acumulado, en el nuevo milenio Schumi no dejó nada para el resto. Como sucedía en aquellos años de kart y fórmulas promocionales, aunque ahora con un aprendizaje que hizo de Schumi el piloto perfecto.
martes, 31 de marzo de 2009
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