Donington, 1993. Un escenario viejo, sin infraestructura para recibir Fórmula 1 pero, igualmente, incluído en el calendario (al mismo momento, en Buenos Aires se luchaba contra viento y marea para volver a recibir nuevamente a la categoría). Los Williams de Alain Prost y Damon Hill dominaban cada salida a pista, siempre y cuando el piso estuviera seco. El viernes, en entrenamientos, la lluvia caída potenciaba al McLaren Ford de Ayrton Senna, notablemente inferior en la faz técnica al FW15 de la casa de Grove. Ayrton firmaba contrato carrera a carrera, dependiendo su continuidad de que el monoplaza se desarrolle debidamente. Ya había batido a Prost en Brasil, y el francés le había ganado en Sudáfrica, apertura del certamen de ese año. El “score” estaba 1-1, aunque no había dudas: el Williams era “el” auto, y solo con su natural talento Senna podría arrebatarle alguna victoria.
En Donington, la clasifica fue con pista normal. Así, el orden fue Prost, Hill, Schumacher, Senna. El pronóstico auguraba lluvia para el domingo, y acertó en su presunción. El día de la carrera amaneció con malas condiciones climáticas, extremas por momentos. La naturaleza le dió la derecha a Ayrton, y el brasileño aprovechó el guiño como nunca antes lo había hecho en su campaña, que ya contabilizaba 9 años
Senna no largó bien, debiendo ceder con Karl Wendingler y su Sauber. Luego, un derroche de talento: en una vuelta dió cuenta del austríaco, Michael Schumacher, Hill y Prost para posicionarse en punta y sacar a los ingleses de su parquedad habitual. Los ojos de los presentes no podían creer lo que habían visto. Senna hizo esa vuelta como si su auto fuera el único que transitaba por piso seco. Como ejemplo, alcanza con la maniobra para doblegar al francés: estiró el frenaje claramente, sin que su McLaren perdiera la línea en ningún momento...Triunfazo, hazaña sin precedentes. Solo Ayrton podía concretarla, como también la inimaginable punta de los campeonatos de pilotos y constructores que la dupla pasó a liderar luego de la inolvidable tarde británica. En definitiva, privó la lógica y Senna fue subcampeón 93, con muchos abandonos por problemas mecánicos. Ni auto ni motor estuvieron nunca a su altura, y sólo su capacidad fue artífice de la que sería, a la postre, su última campaña completa en F1. La “frutilla del postre” de Donington: en la conferencia de prensa luego de la carrera Prost, bastante molesto, intentaba justificar tamaña paliza. Que el motor, que las gomas, los frenos y los neumáticos. El brasileño, cansado de escuchar al por entonces tricampeón mundial, lo interrumpió con un “toque” en sus costillas y le dijo, delante de periodistas de todo el mundo: “¿Querés que cambiemos de auto?”. Alain, con risa nerviosa, dejó de quejarse. Senna acababa de avergonzarlo en pista, y no conforme con eso también se lucía en el duelo dialéctico con su enemigo público número 1. Pino Allievi, un periodista con muchos años de F1 a cuestas, tituló su nota así “Senna, el piloto de lo imposible”. Si bien la frase refleja fielmente de lo que era capaz este “monstruo”, hay una salvedad: con el piso mojado, no existía imposible para Ayrton. Más bien, todo era posible.
martes, 31 de marzo de 2009
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