miércoles, 11 de marzo de 2009

La última clase del gran maestro

¿Puede circunscribirse un certamen entero a una carrera? ¿Se puede resumir un talento como el de Juan Manuel Fangio en sólo algunas vueltas? La temporada de F1 1957 es recordada por la quinta prueba del calendario, en Nurburgring, más que por el año de la máxima categoría en conjunto. El mítico dibujo alemán, con 22 kilómetros de extensión y 172 curvas para negociar, requería de 9 minutos para cerrar un giro y, principalmente, un talento y concrentración especiales para circular rápido y preservar la vida. El capítulo 5 del mundial ’57 se pactó en esa pista, que fue colmada por 200000 espectadores ávidos de ver una definición electrizante por la corona entre dos verdaderos “ases”: Fangio y Stirling Moss. En definitiva, los agraciados concurentes fueron testigos de la mejor carrera de la historia de la categoría, con una exhibición del argentino.
Vale retrotraerse un poco en el tiempo para estar bien al tanto de aquella disputa final. Fangio retornó a Maserati luego del ejercicio 56, esperanzado merced a un motor de casi 300 HP desarrollado por la casa italiana; en tanto Moss llegaba a Vanxwall con la mira puesta en alzarse con la corona, algo que le había sido esquivo en las últimas temporadas. El oriundo de Balcarce, quien ya era cuádruple campeón mundial, comenzó mostrando lo acertada de su decisión: ganó en Argentina (cuarta vez consecutiva en su país), Mónaco y Francia para esgrimirse como el máximo candidato al título en juego. Empero, la respuesta de Vanxwall llegó en la siguiente cita, Gran Bretaña, donde el Maserati penó con un impulsor que era tan potente como endeble. En el momento justo, Stirling dio el presente para sustentar su postulación. Y venía Nurburgring, donde Fangio podía ser campeón…
La competencia tenía una duración de 3 horas y media. Fangio ya sumaba 46 años. Dos datos que resaltan la hazaña de ese 4 de Agosto de 1957. Fangio partió en la primera posición, luego de superar en la clasificación del sábado a Hawthorn, Collins, Musso y Moss. Al principio pudo hacer una carrera tranquila en el inicio de la misma, acumulando una ventaja bastante amplia con respecto a sus rivales. Pero en ese circuito tan especial, los neumáticos jugaron un papel fundamental. Ferrari utilizaba Englebert, que soportaban las exigencias pero eran extremadamente duras, lo que le complicaba el manejo a los pilotos. Maserati calzaba el compuesto más blando de Pirelli, rápido pero de corta duración. La ecuación era sencilla: el Maserati debía detenerse, las Ferrari no. ¿Cómo contrarestar esto? Fácil: Con el máximo talento de la historia del automovilismo.
Fangio saca 29 segundos de ventaja, y se detiene para el recambio. Los mecánicos trabajan nerviosos en su afán por devolverlo a la pista, misión que cumplen luego de 1m18s. Las dos Ferrari, tripuladas por Hawthorn y Collins, ya eran líderes. La victoria aparecía como un objetivo lejano, imposible…
El jefe de equipo de Maserati improvisó una estrategia muy particular: le comunicó a Fangio que sólo había un auo rojo delante. Así, el piloto albergó alguna esperanza, que ayudó a fortalecer con una seguidilla de 9 récord de vuelta que lo acercaron rápidamente a la dupla. Ahí, la sorpresa al ver dos autos fue grande, pero nada ya podía detener al más grande de todos los tiempos. Superó a ambos, elaboró su triunfo número 24 y último en la F1 y firmó la leyenda. Fangio ganó por 4 segundos de luz, habiéndose detenido en boxes y permaneciendo allí más tiempo que el que pensaba. Un broche de oro soñado para la quinta corona del balcarceño, última de su fructífera cosecha en la máxima categoría. La definición de Hawthorn fue categórico: “Era inútil contenerlo. Si no me hubiera corrido a un costado, el viejo me hubiera pasado por arriba”. ¿Moss? Sus victorias posteriores en Pescara y Monza fueron anecdóticas, y sólo sirvieron para un nuevo subcampeonato. Sin embargo, Stirling no estaba tan decepcionado como en otros años. Había sido parte del elenco que participó de la obra cumbre del maestro, y creía que eso, en el futuro, sería tan valioso como un título del mundo. No se equivocó.

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