Sólo puede compararse el caso de Horacio Arguello, en 1983, al famoso cuento de Perrault: corría en el zonal santafesino, se fue a Italia a trabajar como mecánico del equipo Coloni del Campeonato Italiano de F3, y terminó siendo formalmente invitado a correr con uno de los autos de la escuadra luego de conducir uno de ellos en una prueba inesperada. Algo inusual en el automovilismo de los ’80, y quimérico por estos días
En los dorados años ’60 y ’70, la posibilidad de competir en automovilismo estaba ligada directamente a la capacidad y agallas de los pretendientes a piloto, con el dinero en un lejano segundo plano. Así, hombres como Héctor Luis Gradassi en nuestro país y Graham Hill en el viejo continente, por mencionar dos casos salientes, supieron abrirse paso desde su pasión y trabajo de mecánicos de autos de carrera, movidos por talento y la convicción que podían sobresalir conduciendo, algo que demostrarían hasta el cansancio. Empero, el tiempo pasó, las prioridades cambiaron, y décadas más tarde era habitual ver buenos valores sin medios para desempeñarse y pilotos sin demasiadas condiciones sentados en codiciadas butacas, tanto en el exterior como en el orden local. Dentro de ese contexto, en 1983, un argentino con buena prestación, campeón del zonal santafesino de monopostos, pudo ser Cenicienta en la Fórmula 3 Italiana. Y, si bien no llegó a correr, nada ni nadie le quitan el valor de su historia, que remite a ese automovilismo lírico y en el que sólo había lugar para talentosos y valientes.
Horacio Arguello corría en la Limitada Santafesina, conocía y era rival de Oscar Larrauri, siendo habitual animador de las carreras de esa especialidad. La vapuleada economía argentina lo alejó de las pistas a principios de los ’80, y fue ahí cuando decidió irse al exterior a trabajar en algún equipo, decisión movida por la presencia de Juan Rossi, a quien conocía de la Limitada, y del propio Larrauri. Así dadas las cosas, Arguello viajó a Italia, estuvo a punto de incorporarse a Osella, y finalmente recaló en Coloni, donde a través de la gestión de Rossi Ferdinando Ravarotto lo incorporó a la escuadra.
Con el objetivo cumplido, Arguello comenzó a disfrutar de su labor en el equipo, aprendió a trabajar de manera organizada y deslumbró a los europeos con su capacidad de trabajo: “Ellos no estaban acostumbrados a ver a sus mecánicos llenos de grasa de pies a cabeza y trabajando a full todo el dia”, contaba el argentino luego de sus primeros días en Coloni. La recompensa fue el título de la F3 Italiana de 1980. Luego de ese logro, Arguello empezó a plantearse la posibilidad de emigrar del equipo, respondiendo esto a su búsqueda de nuevos desafíos y horizontes. Así, pasó de Coloni al team Del Porto Racing, y trabajando allí fue cuando se enteró de que habría una sesión de tests para nuevos pilotos. Y ahí, el piloto dentro de Arguello decidió que era tiempo de volver..
El auto era un Dallara, pero la traba era grande: la escuadra pedía un depósito de 60000 dólares para hacer el test, y lógicamente esa cifra no era alcanzable por el aventurero…Empero, a base de charlas y buena onda, Del Porto accedió a dejarlo ensayar sin acercar esa cantidad de dinero. Así, en el trazado de Varano, Arguello pudo subirse a un F3 Italiana, pero no conforme con eso bajó en 2/10 el récord del circuito con solo 20 vueltas. Al bajarse, el ofrecimiento no tardó en llegar: el equipo lo quería en sus filas. Si bien el tema presupuestario no era excluyente, necesitaba aportar una parte de la cifra para confirmar su participación en el monoplaza equipado con motor Alfa Romeo. Arguello comenzó a trabajar para juntar el dinero, pero nunca pudo reunirlo…Su sueño quedó trunco, una situación que a través de la historia siguiente sería habitual para los pilotos argentinos en el exterior. Arguello, que por ese entonces tenía 26 años, volvió luego a la Argentina, quizá algo decepcionado, aunque feliz en su interior por haber sido una Cenicienta en una época donde ya ningún cuento similar tenía final feliz en el automovilismo.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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